¿Por donde empezar? Las montañas quizás siguen siendo para mí tan desconocidas como familiares. Puede que el bipedismo de nuestra especie haga que lo que se eleva frente a nosotros despierte nuestra atracción, nuestra curiosidad e imaginación. Quizás ese atavismo de levantarse y ascender esté impreso de alguna manera en nuestros genes como una alegoría evolutiva de lo que nos ha conducido hasta aquí, sin un destino, simplemente por una concatenación de casualidades.
Quizás sea su belleza, aunque mientras escribo esto piense sobre la subjetividad de este concepto. No lo sé, ¿un reto físico y mental? ¿El terreno de juego donde el individuo puede sentir que no pone las reglas? Es el refugio donde se esconden aquellos seres que, durante milenios, hemos perseguido. Un Shangri-La que resiste los azotes del avance de las "civilizaciones" defendiéndose con el vacío, la verticalidad, el frío y la asfixia, o simplemente refugiándose en el siguiente valle. Una guerra ganada ya de antemano por las montañas, pero en la que muchas víctimas, muchas especies, muchos paisajes, muchas almas, la mayoría no humanas, se han perdido y se perderán antes de que desaparezcamos de este planeta y el ulular del viento, el silencio de la nevada y el estruendo de las avalanchas vuelvan a ser el único lenguaje de las cumbres.
También es posible que no haya que preguntárselo tanto. La tan manida frase de George Mallory, usada como respuesta fácil por tantos y tantos montañeros, puede que no tenga nada de simple. Quizás, como dijo en 1923 a un periodista como respuesta a la pregunta "¿Porqué escalar montañas?", vaya más allá del espíritu colonialista británico que influenciaba a la sociedad natal de Mallory. Su famoso "Porque están ahí" se grabó en la mente y en la historia de muchos alpinistas que le sucedieron, como la mejor de las respuestas, la más noble e incomprensible para muchos, como la más romántica, que convierte a todos aquellos que viven esas sensaciones en, como titularía Lionel Terray, conquistadores de lo inútil.
En cuanto a mí, como montañero, escalador, alpinista..., las escaladas que inspiraron las frases de esos gigantes me quedan, obviamente, muy grandes. Sin embargo, la exploración interior que uno realiza al aventurarse a dar ese paso de equilibrio en una placa, protegido por un empotrador situado 5 m más abajo, o volcar tu atención y fe en ese piolet que no sabes si está perfectamente clavado en un hielo que no da mucha confianza, forja sensaciones y experiencias tan importantes como las de absoluto placer al superar un paso difícil con buenas protecciones en roca o recorrer fluidamente un hermoso corredor de nieve. Con permiso de mi colega y amigo, además de gran fotógrafo y dibujante, L. Alberto Ramos Franco, voy a poner aquí las dos mejores fotografías de montaña que me han hecho. La maldición del fotógrafo es no ser nunca fotografiado, salvo que te rodees de grandes de la cámara como en esta ocasión en la que escalamos la vía "Elixir de la suerte (III/2, 50º, 550 m)", en Peña Ubiña (2417 m, León, España).
Sea como sea, la montaña es un territorio único, en cuanto a formas, paisajes y organismos que las habitan. Son islas y fronteras, refugios pletóricos de vida y letales desiertos. En muchas ocasiones, su especial naturaleza ha sido reconocida por el hombre creando figuras de protección de sus paisajes y ecosistemas, como es el caso del volcán Taranaki y sus alrededores, donde se crea el Egmont National Park, en la isla norte de New Zealand, cuya forma casi perfectamente circular se aprecia con claridad desde el aire.
Tuve que irme al otro extremo del planeta para ver una de las montañas más bonitas que he fotografiado. El Aoraki, o monte Cook, de 3724 m de altura, es la montaña más alta de Nueva Zelanda, formando parte de la cordillera de los Alpes Neozelandeses, en la isla sur.
La primera visión que tuve de esta mole fue al amanecer, tras despertar a orillas del Lago Pukaki. Desde allí, observamos el contraste de la planicie del valle en artesa, relleno de sedimentos glaciares, con las escarpadas líneas de las aristas de la montaña, todo ello con el café del desayuno frente a las aguas, a veces turquesas, a veces esmeraldas, del lago glaciar.
Cuando llegamos al parking donde dejamos la caravana con la que recorrimos el país llovía copiosamente, además de hacer un viento gélido que se metía por todos los resquicios de la ropa que llevábamos. Aún así, nos encaminamos a recorrer la Hooker Valley Track que lleva a la cara oeste del Monte Cook con la esperanza de que amainara el tiempo y nos diese la oportunidad de ver a este gigante. Por fin, tras cruzar las morrenas y el río Hooker dos veces, el fuerte viento abrió un claro dejándonos observar esta hermosa vertiente justo al doblar un recodo del valle.
La arista del Mt. Cook (3754 m), Aoraki en lengua Maorí, es la columna que vertebra el corazón de los Alpes del Sur. Aoraki y sus tres hermanos, los hijos de Rakinui (el Padre Cielo), se encontraban de viaje por Papatuanuku (La Madre Tierra) cuando su canoa encalló en un arrecife y volcó. Los viajeros subieron a lo alto de la canoa y después de un tiempo, el viento del sur los congeló y los convirtió en piedra. La canoa se convirtió en Nueva Zelanda. Mientras, Aoraki, el más alto de los hermanos, se convirtió en el majestuoso Monte Cook, sus tres hermanos y el resto de la tripulación conformaron los otros picos de los Alpes del Sur. Aún parece verse la cara petrificada del hermano mayor congelado...
El Fox Glacier es uno de los glaciares más accesibles del mundo. Se mueve aproximadamente diez veces más rápido que el resto de los glaciares del planeta. Alimentado por cuatro glaciares alpinos, Fox Glacier cae 2.600 metros en su viaje de 13 km desde los Alpes del Sur hacia la costa.
La lengua del glaciar Fox termina resquebrajada, horadada por el río que nace bajo el hielo producto de la fusión por el rozamiento y por las filtraciones desde la superficie. Así este, como otros glaciares, tienen una caverna helada a su término. Una quebradiza entrada hacia el corazón del glaciar por la que sale no sólo agua, sino el aliento mismo del infierno helado.
De cerca, las grietas parecen caóticas, caprichosas, pero responden a las tensiones que dicta el lecho rocoso donde se apoya el glaciar. Al fluir y cambiar de dirección, de velocidad, al encontrarse con un obstáculo, el hielo puede superar su límite elástico, resquebrajándose y originando crevasses que se abren dispuestos a tragar a aquellos que no sepan moverse por estos helados paisajes.
El glaciar Franz Josef es hermano del Fox en cuanto a su fácil aproximación. Al encontrarnos con su frente volvemos a ver una cueva de la que mana el agua de fusión que lubrica el fondo del glaciar.
Cuando el mar ocupa un valle glaciar se forma un fiordo. El mar de Tasman se adentra 17 km en un valle tallado por el hielo de un antiguo glaciar ya desaparecido. El fiordo neozelandés llamado Milford Sound fue considerado como la “octava maravilla del mundo” por Rudyard Kipling. Esta, como otras localizaciones naturales de Nueva Zelanda, fue usada como escenario natural para rodar escenas de la película “El Señor de los Anillos”.
Los hielos moldean y acompañan a las montañas en multitud de ocasiones pero, en determinadas cordilleras, un aspecto más descarnado marca el paisaje de las laderas. Si bien podemos encontrar nieve y hielo en el Alto Atlas, la climatología de la región impide el crecimiento de una exuberante vegetación o de grandes glaciares.
La carencia de un manto vegetal suficiente permite observar con claridad la estructura de algunas zonas, como la estratificación de estas laderas en Zagora, Marruecos.
La erosión crea figuras hermosas en el desierto. Las duras rocas aguantan las acometidas de los granos de arena y los bruscos cambios de temperatura que se dan entre el día y la noche, mientras que aquellas más blandas son eliminadas y barridas con mayor rapidez. Una figura nos llama la atención camino de nuestro destino, por su semejanza con la tapa cónica que cubre el típico plato de la cocina del norte de África.
Desde las laderas del volcán Pacaya, asediados por un fuerte viento que arrastraba cenizas que impactaban en la cara, disfrutamos de la visión de otros volcanes al atardecer. De izquierda a derecha, el Volcán de Fuego, el Acatenango y el Volcán del Agua, más cercano.
Otro lugar donde los colores nos hablan es en Isabela, la mayor de las islas del archipiélago de Las Galápagos, donde los tonos ocres nos cuentan que los elementos han tenido tiempo de oxidar las rocas, mientras que las rocas negras son mucho más recientes (concretamente, la lava negra que se aprecia más próxima en la fotografía titulada "El candelabro de la tierra fundida" se corresponde con una erupción de 1979).
Los volcanes se convierten en ocasiones, por su relieve, en reservas donde se encuentran aisladas especies tan interesantes como amenazadas. Es el caso de los volcanes situados entre las fronteras de Uganda, Rwanda y República Democrática del Congo, tres de los cuales vemos en la fotografía titulada "Virunga", donde se encuentra gran parte de la población mundial de gorila de montaña (Gorilla beringei beringei). De izquierda a derecha, los montes Muhavura (4127 m), Mgahinga (3474 m) y Sabinyo (3674 m), vistos desde la puerta de mi habitación en Uganda, muestran las laderas hacia el lado Ugandés, englobadas en el Mgahinga Gorilla National Park. Hacia la vertiente opuesta, ya en el lado Rwandés, el parque se denomina Parc National des Volcans, mientras que en el lado Congoleño algunos volcanes forman parte del gran Parc National des Virunga.
Ya en nuestras fronteras, las formas del hielo y el juego que dan en el ámbito alpinístico siempre me han llamado la atención. Personalmente, la montaña helada es lo que más me atrae dentro de la escalada, seguramente por motivos estéticos. Delicadas líneas recorren las paredes, incitándonos a ascenderlas o a imaginar posibles rutas.
"Karambony". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
Macizo de Tsaranoro, Madagascar
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Lienzos graníticos". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
Macizo de Tsaranoro, Madagascar
"Lienzos graníticos". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
Macizo de Tsaranoro, Madagascar
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
La primera visión que tuve de esta mole fue al amanecer, tras despertar a orillas del Lago Pukaki. Desde allí, observamos el contraste de la planicie del valle en artesa, relleno de sedimentos glaciares, con las escarpadas líneas de las aristas de la montaña, todo ello con el café del desayuno frente a las aguas, a veces turquesas, a veces esmeraldas, del lago glaciar.
Cuando llegamos al parking donde dejamos la caravana con la que recorrimos el país llovía copiosamente, además de hacer un viento gélido que se metía por todos los resquicios de la ropa que llevábamos. Aún así, nos encaminamos a recorrer la Hooker Valley Track que lleva a la cara oeste del Monte Cook con la esperanza de que amainara el tiempo y nos diese la oportunidad de ver a este gigante. Por fin, tras cruzar las morrenas y el río Hooker dos veces, el fuerte viento abrió un claro dejándonos observar esta hermosa vertiente justo al doblar un recodo del valle.
La arista del Mt. Cook (3754 m), Aoraki en lengua Maorí, es la columna que vertebra el corazón de los Alpes del Sur. Aoraki y sus tres hermanos, los hijos de Rakinui (el Padre Cielo), se encontraban de viaje por Papatuanuku (La Madre Tierra) cuando su canoa encalló en un arrecife y volcó. Los viajeros subieron a lo alto de la canoa y después de un tiempo, el viento del sur los congeló y los convirtió en piedra. La canoa se convirtió en Nueva Zelanda. Mientras, Aoraki, el más alto de los hermanos, se convirtió en el majestuoso Monte Cook, sus tres hermanos y el resto de la tripulación conformaron los otros picos de los Alpes del Sur. Aún parece verse la cara petrificada del hermano mayor congelado...
El glaciar Hooker, uno de los que aparecen en las laderas del Monte Cook, tiene 11 km de longitud. El frente de este glaciar marca una especie de frontera desde la cual fluye el río del mismo nombre. En la fotografía se aprecia con total claridad la estratificación de hielo y rocas que lo conforman, como si de un pastel milhojas se tratase, con la capa más superficial compuesta por los sedimentos minerales que ha ido arrancando y transportando. Temporada a temporada, la acumulación de nieve forma una capa de hielo, y la posterior concentración de rocas y polvo acumulado por el viento, por los desprendimientos y por la desaparición de la nieve superficial que deja un residuo mineral conforman esa estructura sólida que se mueve como un fluido limando y dando forma al valle.
Es un espectáculo digno de ver desde el aire, máxime con un piloto como el que manejaba nuestro helicóptero. Este maniobró acrobáticamente cerca de las paredes de roca para mostrarnos una cascada que se hundía en la oscuridad de un agujero en el hielo, elevando un aliento atomizado hacia nosotros como si el mismo glaciar respondiese con furor desde su interior, molesto por el ataque del agua. La fuerza del giro engañó nuestros sentidos haciéndonos pensar que la cascada impactaba horizontalmente contra una pared vertical de hielo, ya que estábamos firmemente pegados a nuestros asientos por la intensidad de una maniobra en la que el helicóptero se puso casi totalmente tumbado de costado.
La lengua del glaciar Fox termina resquebrajada, horadada por el río que nace bajo el hielo producto de la fusión por el rozamiento y por las filtraciones desde la superficie. Así este, como otros glaciares, tienen una caverna helada a su término. Una quebradiza entrada hacia el corazón del glaciar por la que sale no sólo agua, sino el aliento mismo del infierno helado.
De cerca, las grietas parecen caóticas, caprichosas, pero responden a las tensiones que dicta el lecho rocoso donde se apoya el glaciar. Al fluir y cambiar de dirección, de velocidad, al encontrarse con un obstáculo, el hielo puede superar su límite elástico, resquebrajándose y originando crevasses que se abren dispuestos a tragar a aquellos que no sepan moverse por estos helados paisajes.
Decidimos internarnos en una de esas grietas, siempre cambiantes, para observar el glaciar desde sus entrañas. Conscientes en todo momento de que estamos sobre un terreno que se mueve y cambia fluyendo valle abajo, nos maravillamos con los colores que se filtran desde la superficie, sin dejar de observar esos techos que en algún momento se derrumbarán.
La manera en que la luz atraviesa el hielo glaciar es curiosa... es mirar en el interior de una cápsula del tiempo, donde aire, agua, polvo, se han quedado petrificados escondiendo secretos de hace miles de años. Nos movemos como espíritus ajenos a un mundo extraño, inhóspito pero hermoso, deslizándonos por este corazón helado...
El glaciar Franz Josef es hermano del Fox en cuanto a su fácil aproximación. Al encontrarnos con su frente volvemos a ver una cueva de la que mana el agua de fusión que lubrica el fondo del glaciar.
Cuando el mar ocupa un valle glaciar se forma un fiordo. El mar de Tasman se adentra 17 km en un valle tallado por el hielo de un antiguo glaciar ya desaparecido. El fiordo neozelandés llamado Milford Sound fue considerado como la “octava maravilla del mundo” por Rudyard Kipling. Esta, como otras localizaciones naturales de Nueva Zelanda, fue usada como escenario natural para rodar escenas de la película “El Señor de los Anillos”.
Los hielos moldean y acompañan a las montañas en multitud de ocasiones pero, en determinadas cordilleras, un aspecto más descarnado marca el paisaje de las laderas. Si bien podemos encontrar nieve y hielo en el Alto Atlas, la climatología de la región impide el crecimiento de una exuberante vegetación o de grandes glaciares.
La carencia de un manto vegetal suficiente permite observar con claridad la estructura de algunas zonas, como la estratificación de estas laderas en Zagora, Marruecos.
La erosión crea figuras hermosas en el desierto. Las duras rocas aguantan las acometidas de los granos de arena y los bruscos cambios de temperatura que se dan entre el día y la noche, mientras que aquellas más blandas son eliminadas y barridas con mayor rapidez. Una figura nos llama la atención camino de nuestro destino, por su semejanza con la tapa cónica que cubre el típico plato de la cocina del norte de África.
Del hielo y la tierra pasamos al fuego, concretamente a los volcanes de Guatemala. El título de la siguiente fotografía es "Bajo fuego...", ...de los volcanes, de las armas de fuego, el que quema las almas por el miedo, el de las miradas soberbias y las acciones de indeseables terratenientes de otras naciones. Las gentes de Guatemala nacen y mueren bajo el ardor constante de esas llamas. Tienen el cuero duro, pero no tanto...
El año anterior a nuestra visita al Pacaya, el 27 de mayo de 2010, entró en erupción, elevando una columna de ceniza 1500 m.
Desde las laderas del volcán Pacaya, asediados por un fuerte viento que arrastraba cenizas que impactaban en la cara, disfrutamos de la visión de otros volcanes al atardecer. De izquierda a derecha, el Volcán de Fuego, el Acatenango y el Volcán del Agua, más cercano.
Pero lo volcánico no está exento de color, más bien todo lo contrario. La composición de los gases que emergen de fumarolas, las sustancias disueltas en las aguas que encontramos en estas formaciones, los lodos o los tapices microbianos que crecen en estos ambientes extremos componen una paleta de colores (y olores) tremendamente diversa, como en la fotografía titulada "Sulphureum vitae".
Otro lugar donde los colores nos hablan es en Isabela, la mayor de las islas del archipiélago de Las Galápagos, donde los tonos ocres nos cuentan que los elementos han tenido tiempo de oxidar las rocas, mientras que las rocas negras son mucho más recientes (concretamente, la lava negra que se aprecia más próxima en la fotografía titulada "El candelabro de la tierra fundida" se corresponde con una erupción de 1979).
Otras son ascensiones clásicas, como la Norte Clásica al Almanzor (III, AD+, WI3, 200 m).
La Cordillera Cantábrica es un bonito terreno de juego, cercano a mi casa, donde disfrutar si se dan las condiciones. En el caso de "La Polinosa Cara Norte", fotografié el pico y la cara que dan nombre a la imagen volviendo de una visita a la zona de cascadas de Tarna, con la idea de mostrar esta bonita montaña...y "planear maldades".
El pico Faro, frente al puerto de Vegarada, es otra de esas joyitas muy visitadas por los escaladores locales. A pesar de la escasa longitud de su corredor de la cara norte, hay algún resalte con el que jugar para completar la actividad, así como un par de cascadas que rezuman desde una grieta en la base del muro izquierdo.
En la siguiente imagen se aprecian dos escaladores ascendiendo en la parte central del corredor.
La aproximación al Faro merece también la pena.
Acercarse a los diferentes valles de la montaña cantábrica aporta momentos interesantes en cualquier época del año.
En ocasiones, además de obtener una imagen que me resulte estéticamente interesante, he buscado obtener un documento que me permita valorar proyectos que escalar, como esta cresta de dinosaurio, que ascendimos un mítico 15M hasta la mitad para poder participar en una manifestación que marcaría el principio de un movimiento social que no podíamos imaginar.
En otras ocasiones, la perspectiva que obtienes en un descenso te lleva a forzar el teleobjetivo que has cargado en la mochila tras una ascensión.
Y en otras ocasiones, es un afán documental por recuperar una línea clásica que has recorrido y que deseas que sirva a otros.
Fotografiar la acción, o en este caso el descanso, es también interesante, como en esta fotografía de un conocido que parece relajarse en una postura delicada en la escuela de Valdehuesa.
En fin, así son los valles, paredes y montañas de la Cordillera Cantábrica y Picos de Europa.
"Karambony". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
Macizo de Tsaranoro, Madagascar
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
Macizo de Tsaranoro, Madagascar
"Lienzos graníticos". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
Macizo de Tsaranoro, Madagascar
"Cortada a cuchillo". Pedro V. Albaladejo Fresnadillo
La montaña supone un escenario maravilloso para la fotografía de modelos como se puede ver enlazando en las distintas palabras que aquí escribo, que muestran alguno de los posados que he fotografiado. Desde aquí, mi saludo y agradecimiento a todas las personas que han confiado en mí y han posado, a veces pasando algo de frío.
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